Andersson, Lynch y el vecino

1: El ser humano: naturaleza muerta. La última película de Roy Andersson, Sobre lo infinito, una verdadera joya para el cinéfilo purasangre, lleva el estilo personalísimo del cineasta sueco a su máxima depuración. Se trata de otro retrato de la condición humana y su absurdo comportamiento hecho a través de una serie de cuadros independientes, cada uno de ellos un plano general fijo que observa a una, dos, tres o más personas en situaciones normales (gente haciendo cola en la pescadería, llegando en tren a un andén, subiendo unas escaleras, leyendo el diario mientras el camarero sirve el vino…) que a veces provocan grandes dramas: la rotura de un zapato, la avería de un coche, etc. La mirada de Andersson es suave, muy suavemente sardónica. El tono de la imagen es tenue, pictórico, exhala una maravillosa poesía: el plano más lindo es el de una pareja abrazada sobrevolando, como Superman y Lois Lane pero a la velocidad del caracol, una ciudad en ruinas. Hay personajes que cruzan de una viñeta a otra: el sacerdote que ha perdido la fe o el dentista que abandona al paciente en plena extracción de muela y se va al bar a empinar el codo. Paradójicamente, esta colección de naturalezas muertas melancólica y tristísima a más no poder es una de las películas más tónicas, relajantes y acogedoras de los últimos lustros. Una ración (breve: 76 minutos) de Andersson en estado puro. Como de costumbre, hay parentescos: Tati resopla a lo lejos; más de cerca, cierto eco de Aki Kaurismäki, por lo menos en la disposición de los personajes en el encuadre y la sensación de perplejidad inmóvil que los (y nos) invade. Andersson pertenece a la familia de los artistas libres, que hacen lo que se les antoja, con un sano desprecio del argumento y los corsés narrativos, como el fallecido Raúl Ruiz, Iosseliani o el Kitano de Aquiles y la tortuga (2008). Sobre lo infinito: una obra maestra. Tomen nota.

2: Lynchlandia. Sorpresa en Netflix: la plataforma acaba de estrenar un cortometraje dirigido, escrito, montado y protagonizado por David Lynch (acreditado también en otras tareas técnicas y musicales). Se titula What Did Jack Do? (2016) y es un delirio lynchiano genuino. Rodado en blanco y negro, es un claro homenaje al cine negro de los años cuarenta, donde un detective (Lynch) interroga al sospechoso de un asesinato, que es un mono capuchino de palabra (digital) elocuente y magnífica expresividad humana: entre volutas de humo y constantes planos y contraplanos, se diría que estamos viendo un careo entre Humphrey Bogart y Elisha Cook Jr. Los diálogos son surrealistas en grado extremo, pero todo está expuesto con el rigor y la seriedad del mejor film noir hasta los minutos finales, cuando todo se desmelena con una canción, una gallina, la huida del sospechoso… No desentonaría metido en el caudaloso, inagotable, hechizante cosmos de Twin Peaks 3, preferentemente en el mítico capítulo octavo.

3: ¡Jojo, Ja Ja! Cuando uno suponía que con la consuetudinaria frase de rigor en el ascensor (“¡Cómo está el tiempo! ¡Qué barbaridad lo del Delta!”) se zanjaría la conversación, va el vecino y le suelta al desprevenido bloguero: “Creo que te pasaste con Jojo Rabbit. Con lo buena que es”. El bloguero se limitó a levantar levemente los hombros con cara de circunstancias mientras recordaba una atinada frase de Josef von Sternberg: “No conozco a ninguna persona de este mundo que no sea un experto crítico cinematográfico”.