Serenos, sirenas y los lunes al sol

A los más jóvenes, los mayores tenemos la obligación de contarles cómo vivíamos cuando teníamos su edad, una imperiosa necesidad para mantener la memoria histórica, el conocimiento, la cultura. Contarles, por ejemplo, que existían oficios muy raros (hoy), como el de farolero o el de sereno, tan familiares en aquellos días lejanos que incluso te felicitaban la Navidad con preciosas postales entregadas a mano a cambio de la voluntad. El sereno era un espectro realmente siniestro. El bloguero a menudo se despertaba de madrugada muy perturbado, acojonado, por dos sonidos concretos: las sirenas (bomberos, ambulancia o policía), que nada bueno auguraban, y los golpes del chuzo del sereno, pautados con ritmo uniforme, que le taladraban el cerebro.

También podemos explicarles que, aunque parezca mentira, antes los diarios no aparecían los lunes, porque los trabajadores y periodistas libraban los domingos como la mayoría de ciudadanos. Pero sí había un diario el primer día de la semana (diario por su formato, estructura y compaginación, si bien habría que llamarlo semanario en propiedad): La Hoja del Lunes. Hablamos concretamente de diarios matutinos, porque también existían los vespertinos, que sí salían los lunes, a primera hora de la tarde, pero no los domingos. Y como hubo un tiempo en que el lunes era el día que se estrenaban las películas, resultaba un placer ver las páginas de La Hoja del Lunes y las de los vespertinos llenas de anuncios y leer sus exaltadas frases de lanzamiento. Si en una misma página se anunciaban, pongamos por caso, cuatro películas, huelga decir que cada una de ellas era “¡la mejor película del año!”, “¡la comedia más divertida de la historia!”, “¡el estreno más esperado!”, “¡un acontecimiento fuera de serie!”, etc.

La publicidad, cuando no engañosa directamente, es siempre exagerada. A mano tiene el bloguero algunos ejemplos, salvaguardados en una vieja carpeta de recortes. Pánico en el Transiberiano (1972) es una película sin lugar a dudas muy estimable y de gratísimo recuerdo, pero quizás no exactamente “la película de terror más importante de todos los tiempos…y de todos los países…”. El vespertino El Noticiero Universal anunciaba, a toda página, la reposición en Cinerama de Los diez mandamientos (1956) de esta curiosa manera: “Hoy, noche a las 9.30 en punto, grandioso acontecimiento”; lo de “en punto” tenía un colofón en letra pequeña, a pie de póster: “Debido a la larga duración del programa (4 horas) se ruega puntualidad”. Esta precisión vendría a decirnos que a El héroe del río (1928) o a El acorazado Potemkin (1925) se puede perfectamente llegar tarde. Nadie recuerda En país enemigo (1968), protagonizada por Anthony Franciosa y Anjanette Comer, pese a constituir “un nuevo estilo, un paso adelante, en el cine de espionaje y acción”, vaya. Y tengan por seguro que alguien extendió factura a la distribuidora tras perpetrar, para Tedeum (1972), la siguiente frase: “Vuelve el cine que el público exige: ¡acción sin freno! ¡luchas sin cuartel! ¡sin muertos!… a excepción del posible espectador que fallezca de risa…”.

Todo este festival de exclamaciones y puntos suspensivos no deja de ser, en el fondo, algo tan inocente como divertido. Lo inaceptable es el error histórico, intencionado o tal vez no: el anuncio de la reposición de La señora Miniver (1942), contenía uno doble: “El film más premiado de William Wyler” y, más abajo, “Galardonada con 7 Oscars”. Pues bien, La señora Miniver ganó seis Oscar, no siete, y otras dos películas de Wyler la superaron: Los mejores años de nuestra vida (1946), con siete, esta vez sí, y Ben-Hur (1959), con once. Como decía La Codorniz, “donde no hay publicidad, resplandece la verdad”.