Cuaderno de agosto: Del 41 al 70 (1)

 

Todo profesional de la crítica de cine con respetables horas de vuelo habrá atendido cien veces a las consultas de los medios especializados sobre las mejores películas del año, o de la década, o de la historia mundial, o la del cine español, o las mejores comedias americanas, los mejores westerns, los mejores filmes de terror, etc. Listas, listas y más listas, tontas o listas. Generalmente son diez los títulos requeridos. El asunto se complica cuando has de elegir las diez mejores películas de la historia. Ahí hay reglas no escritas que obedecen a la lógica, como la de no repetir autor. Porque sería algo insensato, si bien de una audacia que probablemente no se ha dado jamás, poner, en la lista de diez, diez películas de Hitchcock, aunque esas diez sean en justicia joyas insuperadas del arte cinematográfico y, por lo tanto, digna cada una de ellas de figurar en la selección (Hitch, desde luego, tiene más de diez, como las tienen Ford o Renoir).

De acuerdo pues: una obra por director. Pero: ¿qué diez directores? De talla superlativa, maestros de maestros, dioses del Olimpo fílmico, hay un puñado. Veamos diez: los antedichos Hitchcock, Ford y Renoir, más Murnau, Dreyer, Mizoguchi, Bresson, Welles, Keaton y Rossellini. Que podrían ser perfectamente otros diez: Griffith, Eisenstein, Vidor, Vigo, Cukor, Sirk, Ozu, Hawks, McCarey y Chaplin. U otros diez: Minnelli, Visconti, Capra, Buñuel, Walsh, Bergman, Preminger, Lubitsch, Lang y Gance. Ya van treinta, treinta cineastas irrenunciables, insacrificables. La cosa se complica todavía más si constatamos que todos los treinta citados comenzaron su carrera antes de la mitad del siglo XX, muchos además forjados en el cine silente. ¿Y el cine moderno? ¿No merecen trato idéntico Godard, Cassavetes, Kubrick, Pasolini, Coppola, Spielberg, Scorsese, Kar-Wai, Lynch, Fellini, Allen, Eastwood, Eustache, Tarantino, Kiarostami, Burton o Truffaut? Nadie en su sano juicio dirá que Al final de la escapada (1960), Shadows (1959), 2001: Una odisea del espacio (1968), Accattone (1961), El padrino (1972), Tiburón (1975), Taxi Driver (1976), In the Mood for Love (2000), Mulholland Drive (2001), Amarcord (1973), Manhattan (1979), Sin perdón (1992), La maman et la putain (1973), Kill Bill (2003-2004), Y la vida continúa (1992), Ed Wood (1994) o Los 400 golpes (1959) no son merecedoras de figurar entre las obras capitales del séptimo arte. Con éstos, una mera representación, ya casi alcanzamos los cincuenta inconmensurables. Y hay que elegir solo diez.

Se impone, pues, un doloroso sacrificio. O un doble doloroso sacrificio, ya que a la imperiosa necesidad de prescindir de una buena parte de los intocables, de los grandes-grandes más grandes, se une la de arrinconar de manera casi obligatoria a los grandes-grandes menos grandes. Vote la cabeza o el corazón, Ford irá siempre antes que Boetticher, Rossellini antes que Comencini, Ozu antes que Naruse. Quedarán así, salvo que el votante quiera rubricar su talante a contracorriente (los hay, y son admirables, aunque de dudosa credibilidad), eternamente silenciadas docenas de filmes y cineastas maravillosos a los que habría que reivindicar por encima de los ya académicamente consensuados. Propongamos esta reivindicación, radicalmente personal, subjetiva, este caluroso agosto. Supongamos una lista de las mejores setenta películas de todos los tiempos. Entre la 1 a la 40 figurarían las obras maestrísimas de los maestros maestrísimos, todas indiscutibles (ojo: en este pelotón cabrían también grandes producciones sin firma cotizable, como Lo que el viento se llevó, 1939; piezas únicas, irrepetibles como la de Charles Laughton o una gema de serie B de género), pero a partir de la 41, y hasta la 70, comparecerán treinta títulos, a diez por semana, que difícilmente aparecerían en una lista convencional. Son treinta películas muy apreciadas, muy queridas por el bloguero. Por muy diversas razones y circunstancias, todas le marcaron, todas están almacenadas en un rincón privilegiado de la memoria emotiva. No habrá orden, ni cronológico, ni alfabético, ni de preferencia, en el desfile: aunque numeradas, las treinta comparten la misma estimación. Arrancamos en breve.