Gargantas profundas

Uno de los grandes placeres de las fiestas navideñas, de todas las fiestas más o menos prolongadas y con fragancias epicúreas, es el de disfrutar, tras los ágapes de rigor, de la santísima trinidad café-copa-puro en un sofá cómodo y degustar en estado de duermevela buen cine por la tele. Una película ya conocida, que permita puntuales y reconfortantes cabezaditas, o fragmentos de películas conocidas. TCM es el canal perfecto. Ves un pedacito de Malas calles (1973), te duermes, te despiertas con otro pedacito de (¡ostras!) La mujer y el monstruo (1954), y así hasta las tantas de la madrugada, cuando crees que ya es hora de meterte en la cama.

Normalmente, el cinéfilo tiene configurado TCM para que, cada vez que lo sintonice, aparezca la película directamente en versión original subtitulada. Sin embargo, en una de estas pasadas sobremesas largas, el bloguero sintonizó el canal, estaban dando Lo que el viento se llevó (1939) y, de inmediato, instintivamente, agarró el mando y cambió V.O. por ESP. Por supuesto que hay que ver, por lo menos una vez en la vida, Lo que el viento se llevó en su versión original, pero en todas las demás cometer pecado es gloria, porque muchos crecimos con aquellas voces maravillosas, que nos formaron aun deformándonos, y así nos gusta, nos gusta mucho Lo que el viento se llevó. Rhett, Escarlata y Melania fueron Rafael Luis Calvo, Elsa Fàbregas y Elvira Jofre mucho antes de que fueran, ya en su totalidad, Clark Gable, Vivien Leigh y Olivia De Havilland. La misma operación la repitió días después el bloguero al cruzarse con imágenes de Espartaco (1960: ¡qué bien le sentaba a Charles Laughton la garganta de tigre sabio del grandísimo Ramón Martori!) y Los diez Mandamientos (1956).

El doblaje es un arte perverso, Franco lo impuso y nos lo tragamos durante décadas. Esclavos del abyecto hurto de cuerdas vocales, tuvimos al menos la suerte de contar, entre los años cincuenta y los setenta, con las mejores voces imaginables. Los doblajes se los curraban, los mimaban, sobre todo en la barcelonesa La Voz de España. Se esmeraron en la búsqueda de la mejor voz para el talante de cada actor: imposible encontrar en todo el planeta un registro vocal que se adecuara mejor a James Stewart que el de Fernando Ulloa, salvo el del propio Stewart. Hay más, mogollón: Felipe Peña (John Wayne), Juan Manuel Soriano (Kirk Douglas), Rafael Navarro (Charlton Heston), María Luisa Solá (Katharine Hepburn), Rogelio Hernández (Marlon Brando)… Oír La conquista del Oeste (1962) en castellano es un placer sólo comparable al de ver La conquista del Oeste (sí: también hay que catarla una vez en versión original, ni que sea para escuchar al narrador Spencer Tracy; los otros ya dan la cara).

El bloguero nunca olvidará un día, hará cosa de treinta años, que fue a unos estudios a supervisar la copia recién doblada de una película de Paul Bartel. Le recibió un caballero con barba blanquecina, de porte elegante, al que reconoció por la voz. A su cortés “Bon dia!”, el bloguero respondió, sin pensárselo dos veces: “Bon dia, Jack Lemmon!”. Y notó la mezcla de sorpresa y alegría de Joaquín Díaz al constatar que un joven desconocido lo identificaba de manera tan súbita. Y lo admiraba, como quedó claro en la larga conversación que mantuvieron antes de centrarse en Bartel. ¡Cómo no admirar a Joaquín Díaz, si buena parte del goce de Con faldas y a lo loco (1959), Avanti (1972) o Primera plana (1974) se lo debemos a él!

Tema peliagudo el del doblaje, de sentimientos encontrados. Hoy no lo toleramos en las películas que llegan cada viernes a las pantallas, pero se nos eriza el vello cuando contemplamos títulos de antaño magistralmente doblados. ¿Nostalgia? Probablemente. El caso es que, en el sofá, en la duermevela navideña, esas voces próximas y lejanas a la vez son como fantasmas que se mezclan con otras voces y otros tiempos que ya se fueron y no volverán. Las voces de nuestra familia. Y es curioso que el efecto magdalena tenga más peso en las palabras que en las propias imágenes: en este negociado escurridizo, una palabra bien doblada vale más que mil imágenes.