Una de Netflix y una de Movistar+

Anderson, en buena forma

Ahora que la policía autonómica catalana se ha puesto exquisita en gastronomía y dispara balas de foie gras, sorprende también constatar las dotes interpretativas de Sam Worthington. El action hero de Avatar (2009) y Terminator: Salvation (2009), el apuesto Perseo de Furia de titanes (2010) e Ira de titanes (2012), es el protagonista de Fractured, una producción de Netflix programada en el pasado Festival de Sitges y disponible para los abonados. Es la última película de Brad Anderson, un cineasta prolífico (mucha actividad televisiva) con varios títulos de interés a sus espaldas: Session 9 (2001), El maquinista (2004), Transsiberian (2008)… Fractured es un thriller psicológico tan modesto como eficaz, con grato aroma de serie B. Su recurrente premisa es la misma de Alarma en el expreso (1938), Extraño suceso (1950) o Plan de vuelo: Desaparecida (2005): Worthington llega a un hospital, a urgencias, con su esposa y su hija, que acaba de tener un accidente; madre e hija (sólo se acepta un acompañante) son trasladadas a una planta subterránea, donde le harán una prueba a la niña, y él permanece en la sala de espera hasta que, transcurridas horas sin tener noticias, acude a información. Lo adivinaron: no hay registro del incidente, madre e hija nunca entraron en el hospital. Desesperación. El suspense sube como la espuma, empezamos a dudar tanto del sistema sanitario americano como de la salud mental del protagonista. Hacia el final hay un tramo en el que Worthington parece llevar la razón y la trama apunta a una intriga parecida a la de Coma (1978), pero es más bien un punto y coma, porque aún nos espera un giro imprevisto. El trabajo de Anderson es irreprochable en realización, sobria y artesanal, y en ritmo, que nunca decae. Y Worthington sale airoso pechando con un papel difícil, probablemente el más difícil de su carrera.

 

Villagrán y Auquer, superiores

Vida perfecta, la serie creada por Leticia Dolera, reafirma una vez más el buen olfato de Movistar+ para la comedia contemporánea. Ocho episodios breves (ideal para ver cómodamente en dos sentadas), tres protagonistas femeninas y muchos enredos de sexo, maternidad, neurosis, relaciones sentimentales y familiares, etc. Concurren clichés y tópicos, pero la serie es estimulante cuando mezcla la comedia con el drama, que está ya en su línea de flotación (el embarazo del personaje interpretado por Dolera) y recala especialmente en otro personaje fabuloso: la hermana pintora y lesbiana de Dolera, que pasa de la alegría extrema (con auxilio de sustancias estupefacientes) a la más profunda desolación y tiene algo (carácter, vestuario, ritmo de vida) de chica Almodóvar. Aixa Villagrán, en la vida real hermana de Julián Villagrán, lleva a cabo una actuación prodigiosa. Y es que ése es otro de los méritos de Vida perfecta, el reparto: Dolera y Villagrán, Celia Freijeiro, Manuel Burque, Pedro Casablanc, David Verdaguer, las prestaciones secundarias de Carmen Machi y Fernando Colomo y, primus inter pares, un grandioso Enric Auquer, en el rol del discapacitado (y sin embargo lúcido, el más lúcido de toda la fauna convocada) que ha dejado preñada a Dolera. Joven catalán (de Rupià, Baix Empordà), Auquer es el actor del año, por esta serie y por Quien a hierro mata, de Paco Plaza, donde hacía de gallego (y lo parecía) y se merendaba al resto del elenco, Tosar incluido, que ya es decir. Sería de justicia un Goya para Auquer.