Cuatro pasos por las nubes

1: Programa doble. Lunes de Pascua de 1969 (caía en marzo), cine Avenida de la Luz de Barcelona, programa doble: Tuyos, míos, nuestros… (1968), “¡un manantial de carcajadas en una película de inagotable comicidad!”, con Lucille Ball, Henry Fonda y Van Johnson, y, de complemento, como decíamos entonces, Misión en Hong Kong (1965), “el sobrecogedor film de espionaje” protagonizado por un Stewart Granger ya muy venido a menos. ¿Sabíamos hace medio siglo que eran dos cintas muy mediocres? ¿Hacía falta saberlo? Hoy se hará difícil de entender, pero aquellos programas dobles de nuestra infancia y nuestra adolescencia eran siempre y sistemáticamente goces monumentales. Nos gustaba ver a los actores y actrices, sentirnos en día de fiesta compartida de olor salado (altramuces, cacahuetes…), disfrutar del movimiento constante de los personajes y de los juncos de la bahía hongkonesa y sus colores, etc. El grado de disfrute no era menor del que hoy sentimos si vemos, juntas, El hombre tranquilo (1952) y El maquinista de La General (1926); incluso diríamos que era más… ¿puro?

2: Una de romanos. Sigue acertando Movistar + en la producción de miniseries cómicas. Tras Vergüenza, Matar al padre, Mira lo que has hecho o Vota Juan, entre otras, ahora nos regala Justo antes de Cristo, seis breves episodios de rico péplum ibérico concebidos por Pepón Montero y Juan Maidagán, los artífices de Camera Café (2005-2009) y Los del túnel (2017), con la contribución en la dirección de Borja Cobeaga. Aunque todas son muy personales y diferentes, hay una corriente subterránea que recorre estas series: un humor formulado en segundo grado, tongue-in-cheek. No es Justo antes de Cristo una parodia del cine de romanos, como Golfus de Roma (1966) o La vida de Brian (1979), sino un artefacto cómico mucho más sofisticado. Te ríes de situaciones que parecen absurdas pero están expuestas según una lógica inapelable: ¿es normal que importantes patricios romanos no tengan claro si están en guerra con el enemigo o ya están en paz? No, no es normal, pero tal como Montero y Maidagán lo muestran lo parece. El reparto está en su salsa, una salsa con puntuales residuos chanantes. Sensacionales todos: Julián López, César Sarachu, Eduardo Antuña, Marta Fernández Muro, Xosé Antonio Touriñán, Manolo Solo… Tampoco hay morcillas, que esto no es un vodevil de teatrucho apolillado, pero fácilmente detectas ingeniosos detalles que teletransportan la ficción a nuestros días: el apego de Julián López a sus sucias sandalias, como si fueran marca Nike, o su descubrimiento del placer de cagar solo en el monte, que entiendes cuando describe las letrinas públicas. ¡Y qué buena idea la de atar ese ir de vientre matutino con la trama del granjero supuestamente cornudo! Todo aquí está magníficamente soldado. Que no se demore la segunda temporada, porfa.

3: Juliette de los (buenos) espíritus. Apabullante currículo: Godard, Doillon, Téchiné, Carax, Malle, Kieslowski, Minghella, Haneke, Hallström, Hsiao-Hsien, Gitai, Kiarostami, Cronenberg, Dumont, Denis, Assayas… Más de treinta años llevan Juliette y su infalible olfato dando en la diana con los mejores cineastas, sin bajar un centímetro el nivel de exigencia, al contrario: creciendo, madurando como la mejor fruta del mercado fílmico. Estuvo superlativa en Las horas del verano (2008) y Viaje a Sils Maria (2014), y ahora repite con Assayas en la deliciosa Dobles vidas. Uno intuye que aún le queda mucho futuro y nos regalará mogollón de placeres. Así sea.

4: Lo auténtico. Si no ves cada día el mar, un río, una hilera de árboles, hierba silvestre o el cielo, tu vida está perdida, eres polvo barrido por la escoba del vacío. Raoul Walsh puede auxiliarte; sus películas son eso precisamente: el mar, un río, una hilera de árboles, hierba silvestre, el cielo…