Olivia

En los años setenta nos entreteníamos de lo lindo con las epopeyas de catástrofes, que a muchos nos complacían no tanto por su espectacularidad y sus lujosos efectos especiales como por la proliferación de viejas glorias muy queridas en sus multiestelares repartos. Era un placer contemplar a Olivia De Havilland, Joseph Cotten y James Stewart en Aeropuerto 77 (1977), más que al protagonista Jack Lemmon, y a Olivia De Havilland (otra vez), Richard Widmark, Fred MacMurray, José Ferrer y Henry Fonda en El enjambre (1978), más que al protagonista Michael Caine. Estaban viejos ya, y algo nos decía con un par de constipados mal curados estirarían la pata. Y la fueron estirando, a la vez que estiraban también la longevidad: Fonda se nos fue en 1982 (a los 77 años, el fiambre más joven), MacMurray en 1991 (a los 83), Ferrer en 1992 (a los 80), Cotten en 1994 (a los 88), Stewart en 1997 (a los 89) y Widmark en 2008 (a los 93). La naturaleza, juguetona, tuvo un capricho con De Havilland (y con Kirk Douglas, ajeno al catastrofismo): concederle una prórroga al alcance de muy pocos seres humanos. Hace ya más de cuarenta años que les dábamos, lejos de nuestro deseo, un billete al más allá, y Olivia ha resistido hasta los 104 años de edad para emprender el viaje.

Quizás el fallecimiento de Henry Fonda, pese al mal estado físico que mostraba desde que rodó En el estanque dorado (1981), a las redacciones de los medios de comunicación les pilló desprevenidos, pero seguro que las necrológicas de Olivia De Havilland estaban ya compaginadas desde hace lustros. Hoy es el día en que se destacan su ascenso a la inmortalidad gracias a Lo que el viento se llevó (1939), sus dos bien merecidos Oscar, sus irresistibles cintas de aventuras con Errol Flynn, la perpetua rivalidad entre ella y su hermana Joan Fontaine… Pero Olivia fue memorable, divina, adorable, en todas y cada una de sus creaciones, no únicamente las más prestigiadas. Joan, también, más allá de sus dos colaboraciones con Hitchcock o la magistral Carta de una desconocida (1948): no hay Fontaine más sobresaliente que la protagonista de Abismos, el prototipo de obra maestra ignorada, un film noir de 1947, dirigido por Sam Wood, donde la actriz encarnaba a la femme fatale más deletérea que concebirse pueda, más bitchy que la peor Bette Davis; el fulgurante desenlace en el ascensor es antológico.

Tres cumbres, de entre dos docenas largas, de la señora De Havilland poco señaladas en los anales: 1) The Strawberry Blonde (1941), de Raoul Walsh, una dinámica y deliciosa comedia donde la actriz, pizpireta y jovial, demostraba dotes de comedianta dotada formando trío protagonista con James Cagney y Rita Hayworth; 2) A través del espejo (1946), de Robert Siodmak, melodrama criminal en el que asumió un papel doble bombón para cualquier actriz con arrestos: dos hermanas gemelas, al principio se diría que confabuladas para desorientar al personal con sus parecidos idénticos, pero luego demostrando sus verdaderas caras, una de ellas perversa hasta decir basta (¿debía pensar Olivia, cuando encarnaba a la mala, en su hermana Joan?), y 3) El rebelde orgulloso (1958), de Michael Curtiz, un western tradicional, bien fabricado, con Alan Ladd rememorando su personaje de Raíces profundas (1953) y una maravillosa, conmovedora De Havilland en el rol de una granjera decidida, a un tiempo dura y sentimental. “¡Qué soberbia actriz!”, escribía Terenci Moix en su tributo a la estrella.