Joan y John (y Vanessa)

La escena conmueve, nos pone un nudo en la garganta: Vanessa Redgrave y Joan Didion contemplan juntas álbumes familiares, viejas fotografías, recuerdos y tristeza, mucha tristeza controlada… Poca broma con el dolor que llevan dentro: Didion perdió a su marido, John Gregory Dunne, en diciembre de 2003, y un año y medio después fallecía Quintana, su hija adoptada; Natasha Richardson, la hija de Vanessa (y de Tony Richardson), murió en 2009, a los 45 años. Tras la pérdida del marido, Didion empezó a escribir, como expulsión de demonios, El año del pensamiento mágico. Quintana todavía vivía, pero ya estaba gravemente enferma. Cuando, ya fallecida, se le ofreció a Didion la posibilidad de llevar el texto al teatro, decidió incluir en la obra el recuerdo de la hija desaparecida. El prestigioso David Hare se encargó de la puesta en escena y la Redgrave interpretó a Didion. La pieza se estrenó en Broadway en marzo de 2007; dos años y pico más tarde, la actriz británica la volvió a representar en una gala benéfica; era octubre de 2009, pocos meses después de morir Natasha: ¡qué veracidad y qué desgarro debían emerger de esa mujer prodigiosa! Pasando las páginas de los álbumes de fotos notas en los rostros de Joan y Vanessa que lo que hacen es eso precisamente: pasar página, no sucumbir ni desmoronarse. Benditas ancianas.

La escena de marras pertenece al documental Joan Didion: El centro cederá, realizado en 2017. Está disponible en Netflix desde hace tiempo, pero el bloguero no lo había visto hasta ahora. Didion es un personaje fascinante, y toda su vida y su obra están espléndidamente sintetizadas en la película. Ella, envejecidísima pero lúcida y con memoria de elefante, lo cuenta todo al entrevistador, que no es otro que su propio sobrino, el actor (y director del documental) Griffin Dunne. Didion nació a finales de 1934 en Sacramento, California, descendiente de una familia de colonos que casi un siglo antes había emprendido la expedición Donner. De pequeña, su madre le regaló un cuaderno de notas, “para que escribiera mis pensamientos”. Y así empezó todo. A los veinte años ganó un premio que la llevó a Nueva York, a la redacción de Vogue, donde se fogueó. En la ciudad de los rascacielos publicó su primer libro en 1963, Run, River, y al año siguiente se casó con John Gregory Dunne. Luego se trasladaron a Los Ángeles, primero a una preciosa casa junto al mar en Portuguese Bend, más tarde a un barrio de la ciudad. Allí adoptaron a Quintana. Años de muchas fiestas, rock, agitación social, droga y happy flowers. Didion escribió sobre Jim Morrison (a la pregunta de por qué le gustaban tanto The Doors, respuesta tajante: “Bad boys!”) y sobre el ambiente contracultural de Haight-Ashbury. Le tocó de cerca la carnicería perpetrada por Manson en Cielo Dr. y tuvo el coraje de entrevistar a una de sus responsables, Linda Kasabian, como lo tendría al irse como reportera intrépida a El Salvador cuando la cosa se puso política y bélicamente fea. El matrimonio se mudó a otra casa al lado de la playa, ahora en Malibú, que durante un par de meses amuebló Harrison Ford cuando todavía ejercía de carpintero y que frecuentarían Scorsese, Spielberg, De Palma o Warren Beatty, quien al parecer le tiraba los tejos a la escritora. Joan y John escribieron, entre otros, los guiones de Pánico en Needle Park (1971), el despegue de Al Pacino, y Ha nacido una estrella (1976). Aunque no entraba la política en sus temas de predilección, su conciencia civil la empujó a escribir sobre Cheney o Bush padre, y a pronunciarse sin pelos en la lengua sobre el caso célebre de los jóvenes afroamericanos y latinos de Harlem acusados injustamente de violar a una mujer en Central Park una noche de 1989, caso evocado en la reciente miniserie Así nos ven (también en Netflix); curiosamente, tanto en Joan Didion: El centro cederá como en la miniserie de Ava DuVernay aparecen las (asquerosas) imágenes de archivo del entonces magnate Donad Trump exigiendo a viva voz la pena de muerte para aquellos adolescentes que años después se demostraría que eran inocentes. Ya mayores, Joan y John volvieron a Nueva York, donde el muy delicado corazón del marido dejaría de latir.

Ya ven: una vida plena, intensa, febril, comprometida con la realidad circundante. Al final vemos cómo el presidente Obama entrega a una Joan Didion de apariencia muy frágil la medalla de las Artes. Impensable ese acto con el presidente Trump.