Un pedacito de cielo para Irwin, porfa

Cuando invocamos el cine de lo maravilloso, de inmediato surgen los nombres de Méliès o Harryhausen, incluso George Pal, y podemos llegar hasta Spielberg, pero rara vez nos acordamos, y no es justo, de Irwin Allen, un tipo que dejó huella en las fantasías más desbocadas, más descocadas. De no haber muerto todavía (como hizo en 1991, a los 75), el mes pasado habría cumplido 102 años, los que hoy, 1 de julio, cumple Olivia De Havilland (¡felicidades, Melanie!), quien precisamente participó en una de sus películas, El enjambre (1978). Aunque de trayectoria no tan prolongada como Corman, puede compararse con él en tanto que productor (y guionista y director) avispado y prolífico, de gran influencia entre los años cincuenta y los setenta. Fue el artífice, en la pequeña pantalla, de series de ciencia-ficción que marcaron época e hicieron flipar a toda una generación, la del bloguero: la prodigiosa Viaje al fondo del mar (1964-68), donde de vez en cuando aparecían criaturas anfibias que podían parecer ridículas pero que, de la mano de don Guillermo, han logrado hacerse con un Oscar; El túnel del tiempo (1966-67), quintaesencia de los desplazamientos temporales; Perdidos en el espacio (1965-68), o las aventuras de la familia Robinson en un planeta lejano sembrado de peligros, y Tierra de gigantes (1968-70), que se situaría en algún lugar entre Swift y Matheson. Viaje al fondo del mar ya había sido un largometraje cinematográfico en 1961, dirigido por el propio Allen, con Walter Pidgeon en el rol del almirante Nelson que luego asumiría Richard Basehart en la caja listísima. La fascinación por las profundidades de los océanos le venía de lejos a Allen: en 1953 había escrito y dirigido el documental The Sea Around Us, de una concisa hora de duración, que ganó el Oscar en su especialidad. Antes de consagrarse en televisión, y al nivel de los más grandes (Serling o Roddenberry), dirigió también otras dos fantasías preciosas inspiradas, respectivamente, en los clásicos de Conan Doyle y Verne: El mundo perdido (1960) y Cinco semanas en globo (1962). Y una rareza para coleccionistas, The Story of Mankind (1957), cuyo extenso reparto era irresistible: Virginia Mayo (Cleopatra), Agnes Moorehead (reina Isabel I), Dennis Hopper (Napoleón Bonaparte), Hedy Lamarr (Juana de Arco), Vincent Price, Peter Lorre, John Carradine y, entre muchos otros, Groucho, Harpo y Chico Marx. Está claro que la imaginación de Allen en lo concerniente a los viajes más allá de cualquier confín (en el tiempo, a través de la historia, al espacio, bajo el mar…) es infinita.

Ya una estrella esencial en el despuntar de los años setenta, Allen tenía todavía una carta en la manga que aún engrandecería su figura en la industria del gran espectáculo: el catastrofismo, ya bien presente en algunas de sus previas producciones. Fue el productor de La aventura del Poseidón (1972) y El coloso en llamas (1974), las dos más relevantes disaster movies de la década de oro del género, y él mismo se responsabilizó de la dirección de la mencionada El enjambre y de Más allá del Poseidón (1979). El triunfo de Irwin Allen, el secreto de su cocina, en la totalidad de platos de su amplia filmografía, fue su fe ciega en el poder de las imágenes, cinematográficas o televisivas, para transmitir magia genuina. Esa convicción irrompible en lo que hacía está por encima de la ingenuidad que destilan algunos de sus trabajos, como la candorosamente naif (y tan ultrapop como las hazañas de Flint, agente secreto) La ciudad bajo el agua (1971), realizada para la televisión, en cuyo elenco figuraban Richard Basehart y los protagonistas de El túnel del tiempo, Robert Colbert y James Darren. Colbert pilotaba un submarinito amarillo que hoy puede recordarnos tanto al entrañable Thunderbird 4 como al que aparece en el prólogo de Jurassic World: El reino caído, demostrando que el espíritu allenígena permanece vivo. No sería de extrañar que, en su lecho de muerte, a guisa de Rosebud, el bloguero acompañara su último suspiro con la palabra Seaview; tiene otras en la recámara, pero ésta ya valdría.