Soderbergh, en forma

La última película de Steven Soderbergh, High Flying Bird (2019), se ha estrenado en Netflix. Es un producto, en apariencia, duro de roer, en tanto que explora el universo del baloncesto desde los despachos fastuosos, las reuniones, las citas en bares de lujo, y desde los ojos de directivos, ejecutivos, representantes, agentes y un par de jugadores estrella objeto de tejemanejes corporativos, juegos sucios, contratos, cambios de mánager, etc., durante una huelga de la NBA. Una película sobre business con trajes caros. Y las películas sobre negocios y alta economía no suelen ser excitantes, salvo que vengan bien aderezadas. La torre de los ambiciosos (1954) sería muy aburrida sin el concurso de William Holden, Barbara Stanwyck, June Allyson, Fredric March, Walter Pidgeon, Shelley Winters, Paul Douglas, Nina Foch y Louis Calhern. El reparto de High Flying Bird, de hecho muy bueno, es otro handicap, pues carece del gancho estelar de Erin Brockovich (2000), Traffic (2000), El buen alemán (2006) o la saga Ocean’s (2001, 2003 y 2007). Soderbergh es un gorrión simpático que ya nos tiene acostumbrados a verle saltar de un tronco robusto y repleto de glamur a un ramita seca que a duras penas aguanta su peso. Pero a veces es esa ramita la que alberga los mejores frutos. Y High Flying Bird es de veras una ramita muy interesante.

Aunque su tema te resbale olímpicamente, el filme acaba implicándote por la autenticidad con que están descritos los personajes y los ambientes. Es probable que no entiendas la mitad de lo que sucede ni de la jerga empleada y las intrigas, pero lo que sí percibes, porque está en la superficie, es la maquinaria capitalista que todo lo controla funcionando a pleno rendimiento, y es una percepción que provoca escalofríos. Algo parecido sucedía en Moneyball (2011), de Bennett Miller, en torno a las interioridades del béisbol: la materia tratada te importaba un bledo, pero había algo seductor, no en vano el guion lo firmaban Aaron Sorkin y Steven Zaillian. El guion de High Flying Bird, ojo al dato, es de Tarell Alvin McCraney, importante hombre de teatro y autor nada menos que de la historia que inspiró Moonlight (2016). Esa es una de las claves de la eficacia de la película, una película muy bien escrita, con diálogos extraordinarios y sin una sola concesión al gran público.

Como la precedente Perturbada (2018), Steven Soderbergh ha realizado High Flying Bird con un iPhone de alta definición, con resultados notables: nervio, vigor, carácter, precisión en el encuadre. Es una película sobre el baloncesto sin ninguna escena de baloncesto. En primer lugar, porque hay huelga y los deportistas no juegan. Pero sí hay un momento en la cancha donde los dos jugadores rivales se retan y, justo cuando el balón se pone en marcha, Soderbergh corta la escena y del desafío sólo veremos un par de segundos, poco después, irónicamente a través de las imágenes grabadas de un móvil. Se diría que el autor de Bubble (2005) no está interesado en hacer nuevos amigos; los viejos, en cambio, permaneceremos a su lado, le seguiremos haga lo que haga. Acostumbra a hacerlo bien.