EL CINE, AYER. Capítulo 8: Un canon (1)

He aquí (y en las próximas tres entregas de este capítulo), a modo de modesto canon, una lista comentada de 36 programas dobles. Todos ellos existieron y se pudieron ver en Barcelona a lo largo de los años sesenta o en el amanecer del siguiente decenio. Ninguno tiene la intencionalidad asociativa/dialéctica ni el rigor de los programados por Langlois o Bénard da Costa, comentados en el capítulo anterior, pero todos reflejan de modo muy diáfano el gusto del ciudadano de a pie que los disfrutábamos.  Productos de consumo sin aditivos, esencialmente lúdicos y dionisíacos, de ver y tirar muchas veces, propensos a dislocaciones y soplos de locura fulgurantes. Abunda el cine de batalla, el subproducto, las películas de bajo presupuesto y peleonas, las excursiones a Cutrelandia con vino de garrafa en el zurrón. El cine tosco, muy pero que muy tosco en ocasiones, mero sopicaldo o aguachirle, pero noble siempre, en tanto que no aspira a rango artístico alguno. Emociones primarias (esto es: puras, incontaminadas). No hay, entre los reseñados, ni un solo realizador altivo o arrogante, que mire por encima del hombro al espectador. A todos les hermana el mismo modesto objetivo: brindar unas horas de recreo a la gente enamorada del relato fílmico; pertenecen, como decía Vicente Molina Foix del poeta Francisco Brines, “a la bella categoría de lo anti-pretencioso”, algo infrecuente hoy. Alrededor de un setenta por ciento de los filmes listados es cine menor, pero no es lo mismo cine menor que cine desdeñable: en palabras del crítico argentino Quintín, “el cine es imposible de amar sin un cierto gusto por lo menor”.

En una época refractaria a la jerarquización (y al esnobismo), el público iba a ver los dos filmes programados concediéndoles las mismas oportunidades, igualdad de derechos. Uno de los títulos, lógicamente, podía atraerle más en función del género al que perteneciera o por la presencia de una estrella muy estimada en la cabecera del reparto (que podía ser de las grandes, de la estirpe de Spencer Tracy, Ingrid Bergman, Clark Gable o Gary Cooper, o de menor estatura, pues en los cines de barrio no había categorías: tenían igual tirón popular Victor Mature, Yvonne De Carlo, Ann Blyth, Cornel Wilde, Maria Montez, Richard Conte, John Payne, Rhonda Fleming, Virginia Mayo o Rory Calhoun), pero los prejuicios acababan aquí. Aunque seguramente no razonada, era una postura coherente y democrática ante algo inapelable: que cada plano de una película expresa una visión del mundo, lo filme Jean-Luc Godard o lo filme Curt Siodmak; independientemente de los resultados, una misma pulsión creativa alimenta, en efecto, Le Livre d’image (2018) y Bride of the Gorilla (1951). No hay en esta selección orden alguno, ni cronológico ni de categoría ascendente o descendente. Ahí va (y continuará):

1) FIEBRE EN LA SANGRE (Delmer Daves, 1963) + LA MISTERIOSA DAMA DE NEGRO (Richard Quine, 1962). El choque estimulante entre dos cineastas de gran talento y un programa doble singularmente apetitoso, por encima de la media. Aunque la de Daves es una obra discreta en su brillante filmografía, ofrecía un espectáculo generoso en su belleza natural (paisajes imponentes en color de Wyoming, donde vivía la numerosa familia protagonista, seres rústicos orgullosos y tradicionales donde los haya, de los que bendicen la mesa tres veces al día, anclados en raíces profundas), tenía como mascarón de proa a Henry Fonda y Maureen O’Hara y al abuelo lo encarnaba el venerable Donald Crisp, actor memorable de Griffith y John Ford. También un trío fenomenal nos robaba el sentido en la película de Quine: Kim Novak, Jack Lemmon y Fred Astaire. Era una comedia plural (sofisticada, romántica, de intriga, suavemente satírica y de persecuciones) y cine requetebueno.

2) MISIÓN LISBOA (Tulio Demicheli, 1965) + EL REGRESO DE FU MANCHÚ (Don Sharp, 1965). Fu Manchú, el cerebro del mal creado por el novelista Sax Rohmer, es carne de genuino cine popular. Y de serial cinematográfico: en 1940, John English y William Witney realizaron Los tambores de Fu Manchú, compuesto por quince episodios. Aunque ya no exista el entrañable continuará entre película y película, el ciclo de fantasías de Fu Manchú producido por el británico Harry Alan Towers y protagonizado por Christopher Lee responde al mismo espíritu serial. El eficaz Don Sharp dirigió los dos primeros títulos, El regreso de Fu Manchú y Las novias de Fu Manchú (1966), Jeremy Summers se responsabilizó del tercero, La venganza de Fu Manchú (1967), y el español Jesús Franco del cuarto y el quinto, Fu Manchú y el beso de la muerte (1968) y El castillo de Fu Manchú (1969). De acompañamiento, la típica coproducción enferma de jamesbonditis, fruta del tiempo con pocas vitaminas pero refrescante como un polo de limón: Brett Halsey era George Farrell, agente 077 (¡la imaginación al poder!); la escultural Marilù Tolo, la Farrell girl, y en el reparto figuraban Fernando Rey, Alfredo Mayo, Rafael Bardem, etc. El argumento era de Jesús Franco, precisamente, quien también se encargó de la música.

3) PEPE (George Sidney, 1960) + SUBE Y BAJA (Miguel M. Delgado, 1959). En junio de 1965, el cine Goya de Barcelona se marcó este monumental programa con dos películas de Mario Moreno, popularmente Cantinflas.    Monumental en tanto que Pepe, la segunda incursión del cómico mexicano en el cine de Hollywood después de La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956), duraba, y sigue durando, tres horas, nada menos. Cantinflas, el peladito, era una presencia habitual en nuestros cines: se estrenaban todas sus comedias, se reponían con frecuencia y nos las tragábamos todas sin titubear. En Sube y baja, donde encarna al ascensorista de unos grandes almacenes, su proverbial verborrea y sus juegos con las palabras son constantes: su jefe: “Y si consigue usted la firma del contrato, le daré una prima”; Cantinflas: “¿Una prima de usted? ¿Y qué tal está?”. En Pepe, como antes en la adaptación del clásico de Verne, el desfile de vacas sagradas en breves cameos era el principal aliciente: Bing Crosby, Frank Sinatra, Jack Lemmon, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Judy Garland, Edward G. Robinson, Kim Novak y un par de docenas más. Pero si La vuelta al mundo en 80 días fue un gran éxito y se llevó el Oscar a la mejor película del año (Cantinflas interpretó a Passepartout y, en palabras de Guillermo Cabrera Infante, “logró animar hasta al paraguas de David Niven”), Pepe, en cambio, fue un rotundo fracaso.

4) ¿HACIA EL FIN DEL MUNDO? (Andrew Marton, 1965) + EL LADRÓN DE DAMASCO (Mario Amendola, 1964). La película de Mario Amendola, licenciado en chapucerías, es una paupérrima mixtura de película de romanos y arabian fantasy, con héroe picaresco como Sabú en El ladrón de Bagdad (Michael Powell, Ludwig Berger y Tim Whelan, 1940) y, en las escenas de acción, acróbata como Burt Lancaster en El temible burlón (Robert Siodmak, 1952). Pésima trama, pésimas actuaciones, pésima historia de amor, pésimo clímax en el patíbulo… ¿Pesimismo? En absoluto: un buen cucurucho de pipas bien tostadas daba un sabor salado a este tipo tan abundante de subproductos. Después (o antes) venía la buena. ¿Hacia el fin del mundo? anticipaba la ola del cine de catástrofes que en breve inundaría las plateas: nuestro planeta amenaza con partirse en dos, como un melón. Un producto grato y bien fabricado, con maquetas que cantaban (el tren precipitándose al vacío desde el puente) pero un diseño de producción imaginativo, obra del insigne Eugène Lourié, antiguo colaborador de Jean Renoir.

5) ¿QUÉ FUE DE TÍA ALICE? (Lee H. Katzin, 1969) + ¡VENTE A ALEMANIA, PEPE! (Pedro Lazaga, 1971). Robert Aldrich fue el productor de ¿Qué fue de tía Alice?, que explotaba la misma fórmula de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) y Canción de cuna para un cadáver? (1964), por él dirigidas: un relato de tenso suspense con dos ancianas enfrentadas (la malvada Geraldine Page y la vulnerable pero luchadora Ruth Gordon), ahora en una modesta casa castigada por un sol cegador en pleno desierto. Aquí cedió Aldrich la dirección a Bernard Girard, reemplazado luego por Katzin. En el arte de mezclar churras con merinas, era casi una temeridad asociar un thriller artesanal como ¿Qué fue de tía Alice? con algo tan dispar y carpetovetónico como el landismo, que por aquellas fechas gozaba de una salud envidiable. Cine de boina y tinto con gaseosa pero, ojo, muy atento a la realidad social circundante, esa llamada a currar en Alemania para poder pagar las letras del televisor. La comedia española más chabacana (el Lazaga de aquel período, Mariano Ozores…) tenía por lo menos la virtud de ponernos frente al espejo.

6) SUPERMAN ATACA A LOS PLATILLOS VOLANTES (Teruo Ishii, 1957) + ESCUELA DE ENFERMERAS (Amando de Ossorio, 1964). ¿Pueden dos películas ínfimas sembrar algo parecido a la felicidad? Es sabido que una película muy mala puede acabar resultando atractiva, incluso excitante, por su propio exceso de torpeza. Se trataría de medir, valorar el grado de goce que nos provoca un producto al margen de toda consideración estética o artística y, en casos puntuales, elevarlo a categoría de cine de culto: ahí está Ed Wood como botón de muestra. Contemplado desde esta perspectiva, este blanquinegro programa doble es glorioso. El filme japonés es uno de los tres largometrajes que fusionaron episodios de una serie de televisión de éxito; los otros dos, que también vimos en nuestras salas, son Superman el invencible (1957) y Superman contra la Banda Negra (1958), igualmente dirigidos por Teruo Ishii y protagonizados por Ken Utsui, en el papel de superhéroe volador y justiciero. Aventuras pueriles, efectos especiales de pacotilla… Psicotronía elevada al cubo. Un toque de jovial picardía sobrevolaba por las peripecias de las chicas enamoradizas y dicharacheras, aspirantes a enfermeras, de Amando de Ossorio, celuloide rancio en el radio de acción de la fotonovela. En menos de diez años, el cineasta coruñés se revelaría un pequeño maestro de nuestro cine de terror de pipas y chuflas con productos que eran cine de barrio macizo como una roca: La noche del terror ciego (1972), El ataque de los muertos sin ojos (1973)…