Cita con Muriel

La mejor manera de empezar el curso, después de las reparadoras y acaso ya lejanas vacaciones, es, quien pueda permitírselo, prestar atención a la retrospectiva que este año el festival de cine de San Sebastián dedica a la guionista y realizadora inglesa Muriel Box (1905-1991), una perfecta desconocida no ya del gran público sino incluso entre los profesionales de la crítica y la historiografía. La carrera de Muriel Box se desarrolla entre 1945 y 1964, y en ella es esencial el papel de su primer marido, Sydney Box, en funciones de productor y coguionista. Cultivó un amplio abanico de géneros y a menudo abordó frontalmente y sin pelos en el objetivo de la cámara temas delicados, tabú, como el abuso de menores o el aborto.

Antes de realizar su primer largometraje en 1949, la cineasta escribió con Sydney Box un puñado variopinto de películas, entre ellas El séptimo velo (Compton Bennett, 1945), galardonada con el Oscar al mejor guión original. Otros títulos de interés de este período son A Girl in a Million (Francis Searle, 1946), esculpido sobre el molde de la screwball comedy más misógina; Dear Murderer (Arthur Crabtree, 1947), un thriller de suspense de filiación hitchcockiana; la sugestiva y poética Daybreak (Compton Bennett, 1948), algo así como L’Atalante (1934) del Támesis, y Portrait from Life (Terence Fisher, 1949), cuyo clímax final ya anuncia al maestro del terror de las décadas siguientes.

Como directora, Muriel Box destacó en varios frentes. En el thriller tradicional (Testigo en peligro, 1956; Subway in the Sky, 1958) y el policíaco realista (Street Corner, 1953). En la comedia matrimonial: Herencia contra reloj (1954) o Simon and Laura (1955), una sátira del medio televisivo que, visionaria, anticipa lo que hoy es Alaska y Mario y similares. En la comedia costumbrista: The Happy Family (1952), muy próxima en espíritu a lo que por aquellas mismas fechas fabricaba la factoría Ealing. En el melodrama con perfume de cinta de aventuras exóticas (El vagabundo de las islas, 1954) o con aroma kitsch, de fotonovela (The Passionate Stranger, 1957). En el drama judicial: Too Young to Love (1960), un filme que habría aplaudido (tal vez lo hizo) Nicholas Ray. O, más allá de etiquetas, la irresistible The Truth About Women (1957), visualmente esplendorosa, en el radio de acción de Michael Powell. Muchas de sus películas tenían origen teatral, como Rattle of a Simple Man (1964), su despedida del cine, que casi parece la respuesta británica a La tentación vive arriba (1955), con Diane Cilento como memorable rubia explosiva. Cilento es una de las actrices de las que Box extrajo todo su jugo. La lista es larga: Kay Kendall, Peggy Cummins, Eva Gabor, Hildegard Knef, Mai Zetterling, Kathleen Harrison, Glynis Johns, Margaret Leighton, Shelley Winters, Julie Harris…

Cierto: no hay en la filmografía de Muriel Box un título que podamos calificar de pieza maestra. Poco importa. Sus películas, las más logradas y las más desiguales, conforman una obra que responde a las necesidades de ocio del público de su tiempo, recién recuperado de la cruenta guerra. Box escribía y hacía cine popular, para todos los gustos, con risas y lágrimas, y lo hacía muy bien: elegancia, talento narrativo, concisión, buena caligrafía, grandes intérpretes… Contemplándolas, el bloguero ha pensado que estas películas, inapreciables documentos de época hoy muchas de ellas, eran las que, de jóvenes o adolescentes, en sus barrios, debían ver Diana Rigg, Ken Loach, Patrick McGoohan, John Boorman, Brian Clemens… y también los integrantes de la escudería del free cinema, que acabarían combatiéndolas. ¡Muy bien por los de Donostia, hostia!