Servicio público: El Oeste canario

Unos días de relajadas vacaciones en Lanzarote la pasada semana le permitieron al bloguero descubrir algo muy estimulante de Televisión Canaria: su amor por el western. Cada día, alrededor de las cuatro de la tarde, hora de sobremesa y siesta tonificante, ponías el canal autonómico y comenzaba una del Oeste. Copias excelentes, por añadidura. Un día, El Álamo (1960). Al día siguiente, nada menos que El gran combate (1964). Al otro, La batalla de las colinas del whisky (1965); al de más allá, El oro de Mackenna (1969), y al posterior, La puerta del cielo (1980). Y no se lo pierdan, porque, al parecer, hasta donde alcanzó a otear el bloguero, no emitían uno, sino dos, programa doble. Después de El gran combate, un western de David Butler, Retaguardia (1954), basado en una novela de James Warner Bellah adaptada por Sam Fuller. Tras la cómica batalla etílica de John Sturges, Tom Horn (1980). Y después del macrowestern de Cimino, Grandes horizontes (1957), de Gordon Douglas, con Alan Ladd, Virginia Mayo y Edmond O’Brien. No está mal. También pilló el bloguero un programa de cine, autóctono como las papas arrugadas con mojo picón, donde elogiaban encendidamente La vida es bella (1997), Braveheart (1995), Million Dollar Baby (2004), El lobo de Wall Street (2013) y, ¡ay!, Intocable (2011), el momento perfecto para desconectar el aparato y darse un chapuzón en la piscina.

De regreso a Barcelona, una rápida visita a la web de Televisión Canaria para comprobar que, efectivamente, la fiesta continúa: Horizontes de grandeza (1958) y Fuerte Yuma (1955) el lunes 8, Agáchate, maldito (1971) y Un hombre impone la ley (1969) el martes 9, Otro hombre, otra mujer (1977) y Una bala para el diablo (1967) el miércoles 10, El póker de la muerte (1968) y La última aventura del general Custer (1966), en su día estrenada como La última aventura a secas, el jueves 11, y Fort Apache (1948) y La furia de los siete magníficos (1969) el viernes 12. Lo dicho: no está mal; una oferta sabrosa y variada.

Hace años, bastantes ya, algunos canales de televisión pública solían amenizar cada tarde de verano, como Televisión Canaria hace ahora, con la proyección de un western. Un gesto auténtico de servicio público, de higiene cultural, cada vez más infrecuente en las parrillas televisivas. Una dieta de western diario (o dos diarios) sólo les parecerá exagerada a quienes hayan nacido cuando la gente ya le daba la espalda a nuestro género predilecto. Sin embargo, de la misma manera que hoy muchos van al gimnasio un par o tres de veces por semana, antes, medio siglo atrás, era habitual ver en ese mismo espacio de tiempo dos o tres westerns, de estreno o en cines de barrio. Ejercicio de salud mental como pocos. Las películas del Oeste, en cualquier caso, resisten, no están dispuestas a permanecer en ninguna unidad de cuidados paliativos. En tiempos de superhéroes, bestias gigantes y mil modulaciones en el campo del terror, el western luce puntualmente su robusta musculatura, y ahí están títulos recientes tan brillantes como los de Joel y Ethan Coen o Jacques Audiard certificando un presente fértil y creativo. Y los canarios, con sus modélicas sesiones de tarde, recordando a la audiencia su pletórico pasado, inmarcesible patrimonio de la humanidad.