Sitges Tour (2): Cine loco: “Mandy”

El bloguero recuerda un artículo muy emotivo de Mingus B. Formentor, A la memoria del paso de tornillo, dedicado a un excelente bailador cubano, Silvio Stevens, que, formando pareja con Elisa Burgal, actuó una noche de 1998 en un concierto de Compay Segundo en el Palau de la Música de Barcelona. Escribe Mingus: “Algo así como una hora antes de iniciarse el concierto, Silvio Stevens recibió una llamada telefónica desde Cuba. Demoledora. Su mujer acababa de morir. Desespero cósmico punteado por un único y rugiente monosílabo: ‘¡No! ¡No!’. Pero Silvio hizo honor, no a ese muy cierto tópico yanqui del espectáculo frente a la adversidad: ‘The show must go on!’. Lo que hizo Silvio fue responder, como quien es, al llamado de sus esencias. Lo único que hubiese sido mortal de necesidad para él esa triste noche era no bailar. Así, pues, salió a escena como años atrás lo hiciera junto a Beny Moré, Pérez Prado o el Septeto Nacional.»

Sitges 2018 arrancó el pasado jueves día 4 con un gesto de humana valentía comparable al de Silvio Stevens. Inauguraba la edición Suspiria, de Luca Guadagnino, y se esperaba con lógica expectación la presencia de una de sus protagonistas, Tilda Swinton, que además recibía el Premio Honorífico del Festival. Lo que no entraba dentro del programa es que el padre de Swinton falleciera esa misma mañana del jueves y que, pese al trance y el dolor, la actriz decidiera comparecer en Sitges y cumplir lo prometido. Lo hizo en nombre y en reivindicación de “la fantasía”, la seña de identidad del certamen. Por el arte, vamos, tan unido a la vida (y a la muerte). Ejemplos de entereza como Silvio o Tilda encontramos pocos. Viva la protagonista de Orlando (1992).

Otra de las más esperadas visitas de este año pródigo en ellas era la de Nicolas Cage, que como era de prever convocó a multitud de fans. Cage vino a defender Mandy, de la que es protagonista. No es una película cualquiera. Hasta la fecha teníamos una Mandy memorable, dirigida por Alexander Mackendrick en 1952. Ahora, más ricos, tenemos dos. Cinta de una radicalidad conceptual y estilística extrema, esta segunda Mandy es un desbordante ejemplar de cine loco, algo así como un Mad Max rociado con napalm, alimentado con sobredosis de LSD, obsesionado compulsivamente por el cosmos, por el Mal absoluto (una secta cuyo líder dejaría a Charles Manson a nivel de parvulario) y tintado en rojo, el puro averno: pocas películas habremos visto donde la sensación de estar en el infierno sea tan permanente como ésta. El humor asoma el hocico puntualmente: el inenarrable spot televisivo del queso cheddar, el duelo hiperbólico con sierras mecánicas según el precepto yo la tengo más larga… El hechizo prolongado que viven gozosas nuestras retinas viene acompañado de otro no menor que entra por las orejas: la potentísima banda sonora de esta película que arranca nada menos que con un tema de King Crimson la firma el islandés Jóhann Jóhansson, dos veces nominado al Oscar (por La teoría del todo y Sicario) y fallecido prematuramente el pasado febrero. Para muchos, la sorpresa mayor será descubrir que el director de esta fascinante rareza, Panos Cosmatos, es el hijo de George Pan Cosmatos, el autor de El puente de Cassandra (1976), Evasión en Atenea (1979) y Rambo (1985), entre otras.