EL CINE, AYER. Capítulo 1: Preámbulo

En un aula de la Academia militar de West Point, el general Quaint (James Gregory) alecciona a los jóvenes cadetes, de pie ante una pizarra negra en la que ha trazado un mapa con la posición de los indios sublevados. Esta escena acaece en el minuto tres de Una trompeta lejana (1964), la última película de Raoul Walsh, un titán del séptimo arte.

Una noche de la segunda mitad de los años sesenta del pasado siglo, en la localidad catalana de Olesa de Montserrat, dos niños de unos diez u once años, primos hermanos, van al cine con la familia. Es la última película de la jornada en un viejo y mal aireado cine de sesión continua, popularmente conocido como el Salistes. Se ha hecho tarde, la película ya ha comenzado. La linterna del acomodador enfoca la fila pertinente. Toman asiento precisamente en el minuto tres de Una trompeta lejana. Los dos niños son Josep Vilà Batlle, que vive en Olesa, y yo mismo, que paso allí unos felices días de vacaciones.

Casi cincuenta años más tarde, en el transcurso de una cena familiar, evoqué, no sé a santo de qué, aquella sesión, y mi primo Josep la recordaba perfectamente: “Sí, entramos cuando un militar señala un mapa”. Perplejidad. ¿Cómo podía ser que ambos tuviéramos tan fresco, medio siglo después de sucedido, un momento en apariencia tan trivial, tan intrascendente de nuestras vidas? Será, pues, que no fue tan trivial, tan intrascendente aquel momento. Fue, de manera casual, indeliberada, un momento memorable. Aquella noche en Olesa se habría producido en nosotros un temblor, una vibración, algo indefinible que deja impronta y que podría deberse a la conjunción azarosa de dos circunstancias positivas (ir a ver una cinta del Oeste que prometía buen entretenimiento y hacerlo en familia y aires de fiesta) y una negativa (habernos perdido el inicio de Una trompeta lejana).

Los vínculos entre nuestra vida y las imágenes que contemplamos en la gran pantalla contienen muchos momentos como el referido, momentos registrados en la memoria con tinta dorada. El tiempo, que tantas cosas erosiona, mantiene en cambio otras vivas, y las embellece, las sublima con un barniz de nostalgia o melancolía fruto de los cambios experimentados con el correr de los días y, primordialmente, de las ausencias: aquellos cines humildes como el Salistes que tantas horas de disfrute nos dispensaron y ya no existen, aquellos seres queridos que nos acompañaron y ya se fueron para siempre…

EL CINE, AYER va a mirar al pasado, a un pasado que a muchos lectores les parecerá inconcebible (por ausencia en él no ya solo de internet, teléfonos móviles y redes sociales, de vídeos o DVDs en la rutina cotidiana, sino incluso, en una primera fase, de televisión en los hogares), con la voluntad de fijar la experiencia del cine en épocas pretéritas, una manera de entender el cinematógrafo y de vivirlo muy diferente de la actual. El viaje retrospectivo, dada la procedencia barcelonesa (con raíces en Olesa) de quien lo organiza, tendrá su foco en la Ciudad Condal, aunque es extrapolable a cualquier otra gran urbe de la misma época, los años sesenta, con eventuales desviaciones hacia atrás o hacia adelante. El título castellano de una película firmada por Robert Youngston en 1961 podría iluminar el recorrido: Risas y sensaciones de antaño.