Sitges, Australia

Es curioso ver de qué maneras se manifiesta la sensación de sentirse viejo, no siempre coherentes. El bloguero, por ejemplo, llegó a ver, en salas de cine y en su momento, las últimas películas de Ford, Walsh y Hawks, y no por eso se siente viejo. En cambio, sí se siente viejo al constatar que ya cumplen cuarenta años Mad Max y Alien. ¿La explicación? Tal vez porque cuando vio los cantos de cisne (y de cine) de los clásicos era todavía un niño, pero ya no lo era cuando descubrió, hechizado, las obras maestras de Scott y Miller. Sitges 2019 acaba de poner en marcha sus motores con un recuerdo muy bello a la cinta de los moteros salvajes, la película australiana más influyente de todos los tiempos: su precioso póster apocalíptico, una invitación a cruzar aquel infinito desierto madmaxiano durante diez días y disfrutar como cosacos de sus mil oasis, como siempre un menú rico y variado que va desde un Lav Diaz de cinco horitas de nada (Ang Hupa) hasta la recuperación de un Jesús Franco cosecha de 1980 hasta hace poco perdido (Vaya luna de miel), pasando por las últimas creaciones de Renny Harlin, Sabu, Sion Sono, Gaspar Noé, Robert Eggers, Richard Stanley, etc.

Ya que estamos en el año Mad Max, hay que recordar que el festival ha prestado puntual atención al cine australiano ya desde sus tiempos lejanos, y también al neozelandés: en 2002 se dedicó un ciclo a ambas cinematografías, Fantípodas, acompañado de un libro. En 2014, hace cinco años, uno de los títulos seleccionados en la sección Seven Chances fue Wake in Fright, filme australiano de 1971 dirigido por un canadiense, Ted Kotcheff, luego autor de Acorralado (1982) e Interferencias (1988), e inspirado en una novela de Kenneth Cook que a punto estuvo de adaptar Joseph Losey con Dirk Bogarde de protagonista. Restaurada en 2009, Wake in Fright es hoy una cult movie muy apreciada por el buen gourmet. La película está ambientada en un lugar remoto de la Australia profunda, de arenas rojas y agresivas, castigado por un sol de justicia que parece haber dañado el cerebro de los lugareños, parásitos bípedos adictos a la bebida (debe ser la película en que más cerveza se consume en toda la historia del cine), a la caza brutal del canguro, a la juerga perpetua y a la barbarie. El planteo y la localización recuerdan en cierto modo a Conspiración de silencio (1955), sólo que a diferencia del interpretado por Spencer Tracy, el forastero que aquí llega a esa zona olvidada no encuentra hostilidad, sino algo parecido a la hospitalidad: todos le invitan a tragar cervezas en bares o en sus casas. Pero el aparente gesto de amistad viril será, para él y para el espectador, una verdadera pesadilla. Imposible silenciar la presencia de un pletórico Donald Pleasence, secundario egregio que aquí actúa con todo su sudoroso cuerpo, incluso con los pezones, en una exhibición de lo que antes era un actor de carácter de cabo a rabo.

Wake in Fright circula estos días, con el título de Despertar en el infierno, por el canal TCM dentro de la carta blanca, de veras bizarra, concedida a Nacho Vigalondo. Es una rareza que merece la visita; en el seno del cine australiano, abre una década de oro en la que brillarán títulos señeros como Walkabout (1971), dirigida por otro extranjero, Nicolas Roeg, Picnic en Hanging Rok (1975), The Last Wave (1977), Patrick (1978), Largo fin de semana (1979) y, entre otros, Mad Max, cuya desalmada fauna del desierto es sin duda fruto de la semilla que plantó Kotcheff. Feliz Sitges 2019.