De mayo a mayo y tiro porque me toca

Es de todo punto pertinente el estreno de La fábrica de nada, la película del portugués Pedro Pinho, este mes de mayo, cuando se cumplen y por doquier se festejan los cincuenta años del convulso mayo francés del 68. Se tiende así un curioso puente que invita a pensar en lo poco que han cambiado las cosas en el último medio siglo. La fábrica de nada remite, en primer lugar, al Jean-Luc Godard combativo, militante, excitado y excitante de la época: la fábrica y los obreros de British Sounds (1969), con aquel travelling memorable y weekendiano por la cadena de montaje, o Todo va bien (1972) o las disertaciones, arengas, proclamas y divagaciones eternas de Un film comme les autres (1968), que bien podía llevar por título, renoirianamente, La réflexion sur l’herbe. Cierto: ya no se habla tanto de Mao (Woody Allen ha agotado el cupo en la subestimada Crisis in Six Scenes), pero la indignación de la clase proletaria es, hoy como ayer, la misma, aunque quizás más negros ahora los horizontes.

La admirable naturalidad con que Pinho retrata el conflicto laboral, puro cine de la inmediatez, recuerda también, poderosamente, al mejor Laurent Cantet, el de Recursos humanos (1999). Pero el organismo de La fábrica de nada es más, mucho más expansivo: como el Gianfranco Rosi de Fuego en el mar (2016), Pinho alterna el tema central (allí la llegada de inmigrantes a Lampedusa, aquí la toma de una fábrica de ascensores por sus despedidos trabajadores, dispuestos a la autogestión) con retazos de la vida cotidiana de sus protagonistas, sin importarle detenerse cuanto tiempo haga falta en contemplar cómo se despelleja un conejo o en el desarrollo de un concierto de rock duro. En eso, tan genuinamente portugués como João César Monteiro, Manoel de Oliveira o Miguel Gomes: trazo libre, digresión irrisoria, ruptura de tono… Hasta llegar, en un momento tan inesperado como delirante, al cine musical. Canciones y currantes en pie de guerra, como en Una habitación en la ciudad (1982), de Jacques Demy, o The Pajama Game (1957), el espléndido musical de George Abbott y Stanley Donen protagonizado por Doris Day que, por cierto, Godard adoraba sobremanera. ¿Demasiada frivolidad para tema tan serio? Para nada: Pinho es consciente de que el cine es una hermosa herramienta para la intervención social a la vez que no olvida la naturaleza lúdica del medio. Su película es fascinante, profunda y compleja. Y, como decíamos, certifica lo poco que hemos cambiado desde las barricadas del 68. Como diría Joaquim Jordà, otro espejo preclaro de La fábrica de nada, 50 años no es, pues eso… nada.

¡Ah!: La fábrica de nada dura nada menos que tres horas. No busquen a Stan Lee, que no sale, ni propina después de los créditos.