EL CINE, AYER. Capítulo 8: Un canon (2)

7) TARZÁN 66 (Robert Day, 1966) + ALGUNAS LECCIONES DE AMOR (José María Zabalza, 1966). Muchos tarzanes entretuvieron nuestra lejana infancia: Lex Barker, Gordon Scott, Jock Mahoney… y el gran Johnny Weissmuller, claro está, cuyas viejas aunque siempre jóvenes películas se reponían constantemente, en todo momento bienvenidas. Todos dieron lustre a uno de los mitos más arraigados en el imaginario colectivo y, por supuesto, en el hervidero del cine popular. También Mike Henry, Tarzán hirsuto donde los haya, que encarnó tres veces al personaje: Tarzán 66, Tarzán en el Amazonas (Robert Day, 1967) y Tarzan and the Jungle Boy (Robert Gordon, 1968). Tarzán 66 (de título original Tarzan and the Valley of Gold) es un híbrido de aventura clásica en la jungla y epopeya de James Bond: el héroe es cosmopolita, alterna el taparrabos con el traje y la corbata y maneja con destreza armas de fuego. Una verdadera anomalía en el largo ciclo del hombre mono. Tan familiar como el personaje creado por Edgar Rice Burroughs era para nosotros el tándem formado por José Luis López Vázquez y Gracita Morales, protagonistas aquella década de un montón de comedietas populacheras, la mejor de ellas Un vampiro para dos (Pedro Lazaga, 1965) y una de las más adocenadas esta de José María Zabalza, que venía a describir un mosaico de relaciones sentimentales, fidelidades y adulterios recurriendo a un amplio reparto en el que también comparecían Juanjo Menéndez, Mary Santpere, Lina Morgan y Germán Cobos, entre otros. Si el lunes alguien te preguntaba en el cole qué habías visto aquel fin de semana, decías que una de Tarzán y una españolada. No hacía falta añadir más.

8) JOE, EL IMPLACABLE (Sergio Corbucci, 1966) + LUCKY, EL INTRÉPIDO (Jesús Franco, 1967). Los títulos, con el nombre de pila y el adjetivo que caracteriza a los personajes, ya hermana estas dos producciones europeas. Otra coincidencia: dos actores americanos las protagonizan, uno de carrera ascendente (Burt Reynolds en la película de Corbucci) y otro en declive (Ray Danton en la de Franco). Joe, el implacable es un florido spaghetti western de cuya portentosa banda sonora (Ennio Morricone) se apropió Quentin Tarantino para la escena de la muerte de David Carradine en Kill Bill (2003-2004). Lucky, el intrépido es obra del autor español que más títulos podría aportar a esta lista: Jesús Franco, el cineasta que mejor expresó el placer onanista del cine de guerrilla, explorador heterodoxo e incansable de todas las regiones del cine popular, del terror al cine de espías, de la aventura bananera al erotismo en todos sus grados (del soft al más o menos hard), de la comedia al folletín, manejando presupuestos de risa con una invención y libertad formal apabullantes. El cóctel de tebeo frenético (con sus bocadillos impresos en las imágenes), acción, espionaje y comedia loca que nos obsequia Lucky, el intrépido revierte en “un conjunto que es, posiblemente, una de las más luminosas e inteligentes celebraciones jamás rodadas de un concepto grandioso: el Cine como Chorrada Irresistible” (Jordi Costa dixit). Por obvias razones de producción, Franco no podía permitirse, en una película de espías, los lujos de un James Bond, pero no se cortaba un pelo: con dos minúsculas locomotoras de vapor, el director se montó una secuencia de persecución de verla para creerla.

9) EL PÁJARO DE LAS PLUMAS DE CRISTAL (Dario Argento, 1970) + LA SUPERJUERGA (Steno, 1967). En este doblete, el cine italiano dialoga con el propio cine italiano desde dos frentes opuestos pero cargados de tradición: la comedia y el giallo, suerte de mixtura de thriller y terror del que es maestro Dario Argento, cuyo primer largometraje, El pájaro de las plumas de cristal, virtuoso ejercicio manierista de colores exaltados y con set pieces deslumbrantes (sin ir más lejos, la larga secuencia inicial del escaparate), nos sacudió a conciencia. Argento seguiría explotando la veta en otros títulos antológicos: Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971), El gato de nueve colas (1971), Rojo oscuro (1975), Suspiria (1977)… Estajanovista de la comedia popular más despeinada, Steno nos ofrece en La superjuerga una vulgarísima farsa de nazis en la Segunda Guerra Mundial al servicio de la famosa cantante y actriz Rita Pavone, a quien también vimos en otro éxito del mismo año, Rita en el West (Ferdinando Baldi).

10) UN LEÓN EN MI CAMA (Earl Bellamy, 1965) + RÉQUIEM PARA UN PISTOLERO (Spencer Gordon Bennet, 1966). Imposible comprender, a estas alturas del calendario, qué razones me llevarían a ver este programa dos veces en el mismo cine (Astor) la misma semana. En las matemáticas del cine de barrio tal vez haya reglas no escritas que sostengan que la suma de dos películas sencillas y modestas arroja una tarde de ocio tónica y amena; en este sentido, Réquiem para un pistolero y Un león en mi cama formarían, formaron un dúo ejemplar: un western de serie B pasablemente potable protagonizado por Rod Cameron (escena para el recuerdo: la serpiente venenosa alojada en sus alforjas) y una comedia doméstica protagonizada por Tony Randall, Shirley Jones y un león amaestrado tan simpático como el Clarence de Daktari pero sin estrabismo (escena para el recuerdo: Randall entrando en el elegante vestíbulo del hotel, de la manera más natural del mundo, con su lindo gatito atado con la correa).

11) WHISKY Y VODKA (Fernando Palacios, 1965) + LOS CIEN CABALLEROS (Vittorio Cottafavi, 1964). La España pop y/o folclórica de los sesenta dejó marcada huella en el celuloide que nos tocó consumir sí o sí. Es algo que todavía llevamos en las tripas sin cirujano a mano que nos lo pueda extirpar. Ídolos de la canción de todo pelaje creyeron oportuno desplazar sus talentos de los surcos del elepé y las salas de conciertos a la pantalla grande: Manolo Escobar, Raphael, Massiel, Los Bravos, Peret, El Dúo Dinámico… O Marisol, la niña que había llamado la atención en los Coros y Danzas de la Sección Femenina de la Falange y en un santiamén se convirtió en un fenómeno cinematográfico sin parangón. Las hermanas gemelas Pilar y Aurora Bayona, en arte Pili y Mili, también cantaron y bailaron y aprovecharon su similitud para propiciar mil confusiones en una decena de comedias de gran tirón comercial a lo largo y ancho de la década. El título de Whisky y vodka, coproducción entre España (Benito Perojo) y Francia, alude a sus personajes, hijas de diplomáticos, uno yanqui y el otro soviético. La guerra fría reducida a una farsa banal con mucho movimiento, atropellos y caídas. Una de moros y cristianos es Los cien caballeros, coproducción entre España, Italia y Alemania que lleva la firma de un distinguido cineasta, Vittorio Cottafavi, autor de algunas de las perlas más refulgentes del peplum que igualmente alegraron muchas tardes de sesión continua: Las legiones de Cleopatra (1959), La conquista de la Atlántida (1961)… Los cien caballeros es, según José Luis Guarner, que colaboró en el rodaje (en los créditos aparece como regidor), “una película de aventuras inusual (habla de la guerra, el poder, el colonialismo, la lucha partisana) que es a la vez una alegoría política, un brillante ejercicio de estilo y una reflexión del artista sobre su arte”.

12) HISTORIAS DE TERROR (Roger Corman, 1962) + CONTRA LOS FANTASMAS (Charles Barton, 1948). El rey del mambo o, en expresión malsonante, el puto amo: Roger Corman, el indiscutido monarca de la serie B, la más perfecta encarnación del creador de cine popular hecho con cinco centavos. En los años cincuenta, en pleno auge en Estados Unidos del drive in o autocine, agitó a la audiencia juvenil con sus desmelenadas películas fantásticas, de acción o de rock and roll. Su ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe es una de las páginas de oro del cine de terror. A él pertenece Historias de terror, tres cuentos independientes protagonizados (los tres: Morella, El gato negro y El caso del Dr. Valdermar) por Vincent Price, con el inestimable apoyo de Peter Lorre (en el segundo) y Basil Rathbone (en el tercero). De complemento, los inefables Bud Abbott y Lou Costello se montaban su fiesta espantable con el star system del horror made in Universal: Drácula (Bela Lugosi), el hombre lobo (Lon Chaney Jr.) y la criatura de Frankenstein (Glenn Strange: Boris Karloff no se prestó a la labor). Nos tronchábamos con sus bufonadas.

13) AMAZONAS NEGRAS (Don Weis, 1954) + EL INSPECTOR (Philip Dunne, 1962). Stephen Boyd todavía tenía gancho para la parroquia en 1962: tres años antes había interpretado al avieso Messala de Ben-Hur (William Wyler, 1959), un papel que le reportó fama y prestigio. En El inspector era el apuesto protagonista, pero quedaba ofuscado por el brillo de los insignes secundarios británicos: Hugh Griffith (precisamente el jeque Ilderim de Ben-Hur), Harry Andrews, Donald Pleasence, Marius Goring, Finlay Currie (precisamente el rey Baltasar de Ben-Hur), etc. Era una película digna, firmada con competencia por el distinguido guionista Philip Dunne (por citar un solo título de su fértil filmografía, ahí es nada ¡Qué verde era mi valle!, John Ford, 1941), pero no la estrella del programa. Lo era Amazonas negras, en verdad excelente, adorada (tanto como su director, Don Weis) por el ala macmahonista de la crítica francesa y parte de la nuestra de entonces (Pere Gimferrer la veneró y la venera). Es una arabian fantasy llena de vitalidad, frescura, poesía, fina ironía, preciosos colores.

14) GOLDFACE (Bitto Albertini, 1967) + S. O. S. EL MUNDO EN PELIGRO (Terence Fisher, 1966). El maestro del cine de terror británico Terence Fisher, embajador de la Hammer, hizo dos excursiones a otra productora muy modesta, Planet Film Productions, en 1966 (S.O.S. El mundo en peligro) y 1967 (Night of the Big Heat), llevándose consigo a sus colegas Peter Cushing (protagonista de la primera y guest star en la segunda) y Christopher Lee (protagonista de la segunda). Dos obras menores pero no carentes de atractivos. La que nos ocupa ocurría en una isla pequeña e incomunicada donde los experimentos de laboratorio de un grupo de científicos provocaban la aparición de unos monstruitos letales que desosaban a sus víctimas, humanas o vacunas. Monstruitos ridículos a más no poder: algo así como tortugas con tentáculo frontal de cuyo interior emergían, cuando se multiplicaban por dos, una especie de espaguetis a la carbonara. Pero la peli era una gozada: por su tono, por su atmósfera, por la convicción con que Fisher contaba la historia y su fe en el género. Nada ni nadie podía salvar del ridículo, en cambio, ese disparate originalmente titulado Goldface il fantastico Superman, encantador de puro bodriazo. En Italia proliferaron en aquellos años todo tipo de superhéroes y megavillanos de tebeo: Argoman, Diabolik, Satanik… Goldface (nada que ver con el personaje homónimo de la DC) vendría a ser la versión italianizada del Santo mexicano: campeón de lucha libre, enmascarado, con capa y sin otro superpoder que su fuerza y sus puños. Bajo la máscara, Espartaco Santoni, pieza de caza mayor de la prensa rosa.

15) AL VOLANTE Y A LO LOCO (Ken Annakin, 1962) + SANTO EN EL MUSEO DE CERA (Alfonso Corona Blake, 1963). Mitos del cine mexicano: Jorge Negrete, Cantinflas, Emilio Fernández, María Félix… y Santo el Enmascarado de Plata, el Santo de nuestra devoción (y que nos perdone el simpático Simon Templar) y quizás el icono que aquí mejor definiría el cine de barrio propenso al jolgorio y el pitorreo. Tuvimos la suerte de que se estrenaran todas o casi todas las películas de este as de la lucha libre que en sus horas de ocio desfacía todo entuerto, natural o sobrenatural, que se cruzara en su camino. La calidad de los productos que lo acogieron variaba notoriamente, desde una de las peores (y más desternillantes) películas jamás filmadas, Santo contra los asesinos de la mafia (Manuel Bengoa, 1970), hasta las más presentables Santo vs. las mujeres vampiro (1962) y Santo en el museo de cera, ambas dirigidas por Alfonso Corona Blake. En la segunda, un personaje define al héroe apropiadamente: “El legendario enmascarado, más que un luchador famoso, es un incansable aliado de la justicia para combatir la maldad y el crimen”. Con ecos de Los crímenes del museo de cera (André De Toth, 1953) y la presencia del buñueliano Claudio Brook en el rol de mad doctor sin escrúpulos, la película congregaba, como figuras de cera insólitamente vivas, a todos los mitos clásicos del cine de terror. Como de costumbre, alternaba puntualmente la intriga con exhibiciones del campeón azteca en el ring, siempre invicto. Este Santo en blanco y negro maridaba muy bien con la película de Ken Annakin, una comedia de colores vivos y sabor dominical con pronunciado gusto por el slapstick vertiente autos locos: carreras y persecuciones de coches, caídas, tropiezos… el gag visual allí mismo donde lo dejaran Snub Pollard y Billy Bevan, si bien pasteurizado. No es de extrañar que Annakin rodara después, con mayor presupuesto y espectacularidad, Aquellos chalados en sus locos cacharros (1965) y El rally de Montecarlo (1969).

16) EL PLANETA DE LAS TORMENTAS (Pavel Klushantsev, 1962) + HOMBRES DESESPERADOS (Alfred Vohrer, 1966). El eurowestern no únicamente se cocinaba en Italia y España. También hubo productos alemanes (digamos chucrut-westerns), como el ciclo dedicado al indio Winnetou (una creación literaria de Karl May) que el actor francés Pierre Brice interpretó en once largometrajes y más tarde, ya en 1980, en una serie de televisión. En siete de estos largometrajes tuvo como compañero de reparto al ex Tarzán Lex Barker (en el papel de Old Shatterhand); en tres a Stewart Granger (Old Shurehand), y en Hombres desesperados, acaso el título más sólido de la serie, a Rod Cameron (Old Firehand). La aventura en grandes y luminosos espacios abiertos contrastaba con la neblinosa superficie de Venus, el planeta sembrado de plantas letales, monstruos anfibios, brontosaurios y pterodáctilos al que llegaba un grupo de astronautas en El planeta de las tormentas, un modesto clásico de la ciencia ficción soviética. Esta película la compró Roger Corman, astuto mercader, y con la ayuda del asalariado Francis Ford Coppola la dobló, remontó, añadió nuevo material y la recicló en dos películas, dos: Voyage to the Prehistoric Planet (1965), firmada por Curtis Harrington, y Voyage to the Planet of Prehistoric Women (1968), firmada por Peter Bogdanovich con el seudónimo de Derek Thomas.