Liberty Balance 2019

1: Los siete magníficos. Concedamos butaca de preferencia, por cortesía con la edad pero igualmente por talento productivo, a los octogenarios: Clint Eastwood (89 años), Jean-Luc Godard (89 también), Woody Allen (84) y Marco Bellocchio (80). Cedamos ahora el asiento a los septuagenarios: Martin Scorsese (77) y Pedro Almodóvar (70). Estos seis creadores han estrenado en 2019 obras a la altura de su prestigio y grandeza histórica. Todas sus películas llevan su impronta, todas remiten a su glorioso pasado. Que sigan siendo fieles a sí mismos es exactamente lo que les pedimos y agradecemos. Y lo son con avaricia, incluso con vocación de compendio total (Dolor y gloria) o de melancolía terminal (El irlandés): ¿puede haber película más crepuscular que aquella en la que el protagonista elige amorosamente su propio ataúd? En este apartado urge incluir a alguien mucho más joven (56) pero ya veterano, Quentin Tarantino, porque con su novena sinfonía, Érase una vez en… Hollywood, ha vuelto a tocar techo: una obra maestra redonda.

2: Gran, gran cine. No están solos estos genios, porque la cosecha de 2019 nos ha obsequiado otras enjundiosas películas: El hotel a orillas del río, Green Book, Els dies que vindran, High Life, Historia de un matrimonio, Mujercitas, The Old Man & the Gun, An Elephant Sitting Bull, Un hombre fiel, Sombra, Joker, Varda por Agnès, La virgen de agosto, El peral salvaje, Ad Astra, Glass, Retrato de una mujer en llamas, La verdad, Star Wars: El ascenso de Skywalker, John Wick. Capítulo 3: Parabellum, Longa noite, El gran Buster, Toy Story 4, Bienvenidos a Marwen y media docena más. Así, recitadas una detrás de otra, pueden parecer muchas, pero repartidas entre las semanas del año no son tantas: junto a ellas, hay cien bodrios que no merecen el saludo.

3: Malos tiempos para la épica. En el negociado de secuelas, remakes y reboots, prácticamente el pan nuestro de cada viernes, el balance es a todas luces negativo. Algunos títulos son salvables por puntuales virtudes (el cierre de Los Vengadores, superior al capítulo precedente) o apañaditos (el renacido Hellboy), pero en general la cosa no chuta: Godzilla: Rey de los monstruos, Men In Black: International, Dumbo, X-Men: Fénix oscura, Spider-man: Lejos de casa, Doctor Sueño, It: Capítulo 2, El rey león… El nivel más bajo se lo llevan Terminator: Destino oscuro, Zombieland: Mata y remata y la secuela de Jumanji. Se salvan, por su aire artesanal y falta de pretensiones, el nuevo Muñeco diabólico y Rambo: Last Blood. En cualquier caso, una clara constatación: casi todos estos artefactos y nuestro amor por el cine son cosas distintas. Consolémonos pensando que hay cosas peores todavía, como la comedia popular francesa: Sin filtro, Todos a una, El gran baño, Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho… ahora?, Cómo ser un french lover, Bienvenidos al barrio, Al agua gambas, Un verano en Ibiza… Esto sí es sufrir en una sala.

4: Fiambres ignorados. Como cada año, la lista de defunciones es abultada. Quede aquí constancia de dos importantes cineastas que se fueron sin que los medios dejaran constancia de su benemérita labor. Uno, fallecido a los 86 años, es el yugoslavo Dusan Makavejev, autor de memorables filmes-collage como El hombre no es un pájaro (1965), La tragedia de una empleada de teléfonos (1967) y W. R. Los misterios del organismo (1971, donde sexo, política, psicoanálisis, revolución y provocación formaban una excitante mixtura. A los 93 murió el otro, el ruso Marlen Khutsiev, un maestro del cine desgraciadamente ya ignorado en vida. A diferencia de Makavejev, cuyas películas aparecen fechadas en exceso, las de Khutsiev permanecen rabiosamente vigentes, incluso modernas, en el sentido mismo en que lo pueda ser la nouvelle vague: en sus magistrales Tengo veinte años (1965) y Lluvia de julio (1967), Khutsiev filmó Moscú, sus calles, gentes, tranvías, metro, trolebuses y agitación con el mismo trazo espontáneo y vitalista de los jóvenes turcos franceses. Y con paseos, de tono triste, de parejas enamoradas por parques o junto al río dignos del mejor Antonioni. Las varias escenas del despertar de la ciudad en Tengo veinte años, con sus avenidas desiertas y húmedas, exhalan una poesía insuperada. Hoy vemos estas películas líricas como apasionantes retratos de una época, rodados con recursos cinematográficos de primer orden.

Y 5: Colosal regalo de fin de año. Eterno agradecimiento al barcelonés Phenomena de Nacho Cerdà: el domingo 29 de diciembre, a las 12 del mediodía, sesión matinal con La conquista del Oeste (1962). Gozo celestial, carne de gallina, nudo en la garganta, ojos líquidos para el bloguero, que en pantalla grande (y muy grande, con copia excelente y sus rituales: oberture, intermedio…) no la había vuelto a ver en los últimos cuarenta (y pico) años. Feliz 2020 a todos.